La representación actuada y la representación simbólica

Una representación es una actuación de manera espontánea o ensayada, apoyándonos en nuestros recursos corporales y artísticos. Una representación también es una forma de simbolizar. Ambas son actos generadores de sentido para aquellos que la ejecutan y que la observan. Existen otros actos creadores de sentido.

La representación actuada

En los talleres de desarrollo o en los talleres de transformación organizativa llegamos a proponer a los participantes que actúen una representación o escena, como si de un verdadero rodaje se tratase: hacer una entrevista, auto-afirmarse, etc.

La representación simbólica

Una propuesta de representaciones simbólicas se parece a una sesión fotográfica de fantasmas. En ambos casos movilizamos numerosas imágenes mentales. Las representaciones simbólicas actúan como mapas mentales o como sistemas de navegación que nos ayudan a dar un sentido a nuestras actuaciones y a elaborar nuestros relatos.

Las llamamos representaciones porque hay experiencias vitales que no podemos presentar físicamente, sino solamente representar, es decir, simbolizar y ponerle palabras.

Ellas representan la realidad pero no son la realidad sino filtros de la realidad. Estamos en la cocina de la antropología simbólica, cuya primera lección pasa por comprender la importancia del símbolo y su vínculo con el sentido.

Un símbolo está conformado por la pareja “sentido” e “imagen”. El Sol es más que un simple astro que calienta e ilumina la Tierra; el Sol representa para nosotros el sentido de potencia, grandeza o perennidad. El azul del cielo es más que un simple color, simboliza la transparencia, la pureza o lo sideral. La Tierra es más que un planeta donde habitamos, representa la receptividad, el alimento, la esterilidad o la fertilidad según la variación del ciclo. Podemos situarnos cerca del estricto significado literal, o de la exuberancia y la frescura del eufemismo.

El antropólogo G. Durand (2007: 22-23) establece una diferencia entre la semántica, a la que considera estrechamente vinculada a nuestra imaginación simbólica, y la semiótica (o semiología) que se ocupa de forma más estrecha del estudio de los signos. Una se ocupa de las imágenes mentales y del sentido, y la otra del significado de las palabras:

  • El símbolo (semántica) es polisémico, multivalente y con densidad de sentido, lo que le hace rico y abierto, un símbolo nos reenvía a otro. El círculo por ejemplo representa el ciclo completo, la integración de la verticalidad y la horizontalidad, la totalidad; en el círculo no hay ángulos, todo el mundo se ve, lo que se siente como una oportunidad para una relación simétrica. El símbolo está más cerca de la representación, de la relación, y por lo tanto del sentido. Hay discursos muy sencillos cargados de sentido y de imágenes espaciales.
  • El significado de los signos (semiótica) o de las palabras viene a ser siempre limitado, aunque a veces queramos jugar a lo contrario. El término “círculo” por ejemplo tiene un significado cerrado y limitado. Hay discursos llenos de palabras aunque vacíos de sentido, precisamente por su pobreza simbólica, por eso los catalogamos como huecos. También hay discursos que presentan muchos números y análisis pero que no representan nada para nosotros porque no nos evocan imágenes ni horizontes.