Tendencias sociales y organizativas

Los franceses las llaman señales débiles (signaux faibles), como para resaltar el contraste entre lo “aún emergente”, y a pesar de ello “muy significativo” o profundo. Esta es mi cosecha 2014 de tendencias sociales y organizativas.

La hiper-adaptación

Antes hablábamos del cambio y ahora cabe hablar de la híper-adaptación, que no es igual…ni tampoco lo mismo. Con el eslogan del cambio surgió un palabro llamado “empleabilidad”, que tenía un perfume de «durabilidad» en el tiempo. A través de estas sustantivaciones, los humanos buscamos a dar vida autónoma/antropoide a una palabra: la “empleabilidad”, la «durabilidad» o la «sostenibilidad» parecen hoy día elegantes señoras que caminan con ritmo propio en nuestras sociedades.

La híper-adaptación de los sistemas sociales es un proceso estrechamente vinculado a la caducidad. Esta tendencia se debe a la fuerte penetración de la digitalización en nuestras vidas, que hace que los humanos pasemos a engordar la lista de entes perecederos: o picamos en la red regularmente para renovar nuestra fecha de caducidad, o estamos muertos existencialmente. La caducidad nos instala en ese presente permanente que ya iniciamos con la mundialización: ya no formamos parte de la famosa flecha del tiempo que caracterizó el Progreso desde el inicio del pensamiento ilustrado, sino de puntos que se van sucediendo de uno en uno. Con la caducidad no hay nada delante, ni nada detrás, vivimos sin pasado y sin seguridad por el futuro. Los algoritmos son criaturas que nos condenan al presente perpetuo.

La concentración a baja resolución

Esta tendencia también es consecuencia de la digitalización de nuestras vidas. La digitalización viene acompañada de mayor dependencia de la visualización. Si se consolida esta tendencia, la sociedad del conocimiento puede volverse un simple mito para nutrir el ego de unos pocos que creerán que su saber podrá ser retribuido. Esta tendencia afecta a buena parte de las (todavía) llamadas organizaciones a conocimiento intensivo. La concentración a baja resolución está estrechamente correlacionada con nuestra evolución hacia un mercado mundial de perecederos. Nuestra memoria y nuestra cognición están emigrando a pasos agigantados hacia memorias externalizadas (ej.: en la nube), gestionadas por algoritmos, que poco a poco dictarán lo que es bueno para nosotros. La concentración a baja resolución hará estragos entre los directivos:

  • en las retribuciones: no hará falta pagar por (tanto) conocimiento puesto que el conocimiento estará en el big data.
  • en las competencias: generar sentido se vuelve más importante que generar conocimiento. Sin embargo, muchos directivos seguirán creyendo que el estilo coercitivo, basado en el control, primará.
  • en la organización: difícil mantener reuniones para generar visión o creación de valor, todo es multitarea, activismo, distracción, disipación, e imitación.

La temporalidad discreta-digital

¿Podrá Google un día inducir una crisis sistémica desde sus algoritmos? Lo que venimos haciendo con la penetración de la digitalización en nuestras vidas es permutar poco a poco nuestra temporalidad concreta y personal, por identidades, indicadores, y versiones digitales. Las versiones son muy diferentes de las modas. La máquina digital ya define hoy día nuestra temporalidad/duración más de lo que creemos.

Estamos mutando de una temporalidad propia, basada en nuestra experiencia continua y en nuestra memoria personal, hacia otra temporalidad externa, basada en versiones digitales de la realidad, en picos y valles digitales, en periodos digitales de negocio, en versiones digitales del conocimiento (versión 1.0, 2.0, etc.), o en umbrales y magnitudes digitales de sensibilidad.

Desde la temporalidad discreta-digital será posible el envejecimiento artificial del lenguaje, lo que supone una transformación antropológica mayor.

La responsabilidad evitable

La híper-adaptación, la caducidad, la concentración a baja resolución, la estandarización de la oferta de productos y servicios (Ej.: la fórmula X, la tarifa Y…), o el consumo «distraído» (Ej.: gente que come a la vez que pica en el Smartphone), parecen ir de la mano con formas esquivas, difuminadas y livianas de responsabilidad por el esfuerzo, el trabajo bien hecho, o el servicio de excelente calidad.

Seguiremos experimentando un desfase importante entre la promesa hecha al consumidor y la (baja) calidad entregada. Empleados que miran para otro lado o que ponen cara de coliflor cuando el cliente les reclama algo, líneas telefónicas de atención al cliente mediocres, páginas web más centradas en la publicidad de la marca que en el servicio al cliente, redes sociales plagadas de infiltrados corporativos, avatares y relatos-ficciones sobre la marca, directivos que se esconden detrás de sus empleados, políticos que se esconden detrás de sus técnicos. El lema será «nadie se hace responsable aquí».

La responsabilidad evitable va de la mano del entontecimiento generalizado, en consumidores, directivos y colaboradores.

La simulación natural

Se consolida la tendencia a fingir de forma natural (Ej.: fingir capacidades, amistades, emociones, poder). La tendencia a destruir lo que funciona para simular que hay que cambiar, o que es bueno para el futuro. La tendencia a repetir lo mismo diciendo que se innova. O a copiar/usurpar el trabajo de otros y a presentarlo como propio; hay una evitación generalizada del trabajo constrictivo y una gran atracción por el trabajo distraído y de fotocopia. La tendencia a presentar como contingente y provisional lo que en verdad resulta definitivo, o a presentar como definitivo lo que en verdad resultará provisional. Con la híper-adaptación y la caducidad, el oportunismo y la hipocresía se vuelven claves puesto que ambos representan la flexibilidad y adaptabilidad de la persona. Desde estos comportamientos resulta difícil asumir la responsabilidad por el trabajo bien hecho.

(sin etiqueta)

El gusto por objetos, consumos, eventos, y relaciones efímeras, todo lo que dura aparece como imperfecto. La anti-elegancia en los gestos, en el vestir, en la exaltación del interés personal inmediato en detrimento de la cortesía y del bien de la comunidad.

El comer caminando, comer trabajando, comer hablando (smartphone), o comer lo que no se debería comer.

La devaluación de la reflexión en beneficio del activismo, del benchmarking puntual y del «copia y pega». La reducción de la diversidad desde la consolidación del determinismo, la estandarización de la oferta, el consumo distraído; todos ellos son propios de la economía de multitudes en la que lo colectivo ejerce una tiranía sobre la individualidad.

La violencia individual y la lucha por el reconocimiento social de colectivos que van mutando geográfica y socialmente.

La artesanía frugal

El contra-lujo al lujo elitista y de alto margen propuesto por las marcas de lujo. El auge del producto o servicio “premium” local. La importancia por la responsabilidad duradera ante el cliente (“con nombre y apellidos…cara y ojos”), ante la desclasificación y la responsabilidad invisible propuesta por las marcas de la economía de multitudes. La localización de la creación y la producción artesana en Europa. El valor añadido frugal, parco en recursos, con ofrecimiento de una cara amable y responsable ante el cliente, y con visión a largo plazo. El desarrollo de los estados de la relación con el cliente.